El pueblo dormita. Paseo por el monte y veo un nogal. Trepo.
Escondida entre sus ramas logro otra perspectiva del paisaje. Me invaden anhelos dormidos que ya
han estado ahí y he logrado soslayar indefinidamente. La tarde se inclina. Me
ensimismo en la visión de las nueces, su dureza, su sabor a infancia. Con los
dedos recorro las circunvalaciones de un
fruto. Se me antoja un pequeño cerebro
humano y siento que hay un poder desconocido en la naturaleza. La luz diurna se
difumina y me cercan las sombras. Desciendo lentamente de mi improvisado trono y pongo pie en tierra. De
nuevo a ras de suelo con la rutina… Pero nada me impide pensar que desde la
rama del árbol al paraíso sólo hay un ínfimo salto.